lunes, 25 de julio de 2011

Crónica de un niño perdido.

Me había despertado de repente, de un ligero susto, con una pequeña cabezada miré a mi alrededor, no recordaba nada, observe el lugar que me cuidaba, durante unos segundos volví a cerrar los ojos, cogí todo el aire que cabía en mis pulmones y me incorporé, efectivamente, estaba en la calle, no me esforcé por hacer memoria ni por saber como había llegado allí. Me puse en pie y mareado conseguí llegar hasta un banco cercano, por lo menos estaba más blando que el suelo donde pase parte del día, estuve intentando en vano descifrar donde estaba.
Todo lo que me rodeaba me era desconocido, edificios tan altos que las nubes ocultaban su altura máxima, el sonido de una gran cantidad de vehículos, humo, pero yo estaba en un parque, un parque inmenso, el verde llegaba tan lejos como la vista alcanzaba a enfocar, hacía aire, me gustaba aquella brisa, que refrescaba el ambiente, de repente note que alguien se sentaba a mi lado, en el banco.
-Hola, ¿dónde estoy?- El hombre se echó a reír.
-¿De verdad no sabes dónde estás?-
-No tengo ni idea.- Le contesté.
-Bueno, este lugar tiene muchos nombres, a veces pienso que demasiados, estás en el centro del mundo, en el lugar donde los sueños se hacen realidad, en la ciudad que nunca duerme, estás en Nueva York.-
Casi me caigo del susto, por suerte estaba sentado.
- Eso es imposible, yo vivo a miles de kilómetros de aquí.- De repente me puse nervioso, me levanté y empecé a buscar mi móvil por mi pantalón, que sin saber por qué, estaba desgarrado y agujereado, no encontré el teléfono en el bolsillo del vaquero, fui corriendo a lo que fue mi cama de cemento y hormigón, pero tampoco estaba allí, busqué en el bolsillo trasero, encontré unos papeles, y al sacarlos me llevé otro golpe, como si me dieran un puñetazo en el estómago, no eran papeles, eran billetes, nada más y nada menos que tres mil pavos en billetes, me deje caer al suelo.
Me di la vuelta y miré al banco y al hombre, al cual ahora veía claramente, no era un hombre hecho y derecho, era un vagabundo, a sus pies tenía un perro pequeño, en estado de dejadez similar al del hombre, que me miraba pasmado, o más bien, miraba al fajo que tenía en la mano, me acerqué a él, le dí las gracias y cien pavos. Decidí echar a andar sin mediar palabra.
-Eres tan pobre que sólo tienes dinero.- Me detuve y lo observe, no estaba seguro qué había oído.
-¿Qué?-
-Te lo repito, eres tan pobre que sólo tienes dinero.- Y me regaló una sonrisa de oreja a oreja que jamás olvidaré.
Continué andando por el camino del parque, que tantas veces había soñado con pisar, ese que aparece en tantas películas, pero no quería estar ahí, no así, no en Central Park. Cogí un taxi amarillo con los que tantas veces he soñado y lo mandé tranquilamente al aeropuerto, allí compré un billete de regreso a casa, y en cuestión de unas horas estaba en mi hogar, creo que nunca me había sentido tan idealizado, ni tan pobre.

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