martes, 22 de mayo de 2012

Pt. I

Te despiertas, te revuelves en la cama, te das la vuelta, vuelve a sonar la alarma, te levantas, vas al baño, meas,  te lavas la cara, te miras tu cara de mierda, sonríes o pones cara seria, vas a la cocina, besas a tu madre, te preparas algo de desayunar, metes la taza en el microondas, esperas un minuto, la sacas, vas al salón, desayunas mientras miras al televisor sin siquiera escuchar lo que dice, vuelves a la cocina y dejas todo, vas a la habitación, recoges, haces la cama, te vistes, te preparas, coges todo, revisas otra vez, se te olvida algo y lo sabes, lo das por perdido, avisas de que te vas y te despides si alguien se preocupa por ti.
Sales de tu casa, esperas al ascensor mientras te pones música, se abre la puerta, pasas, mientras desciendes buscas algo que te contente, rebuscas la llave exacta en tacto del bolsillo, vas al trastero, sacas la bicicleta, te tropiezas, vuelves a cerrar la puerta y te vas.
Sales a la calle, montas y recorres la calle camino a la biblioteca, primera curva a la izquierda, llegas a las columnas, a tu derecha un yonki se esnifa la infancia de sus hijos, a la izquierda una madre pasea a su niño en carro, pero claro, tu vas por la carretera, no puedes girarte para mirar esas cosas así que sigues. Giras a la derecha, toda la feria dirección centro, te centras en lo que escuchas o el viaje se te hace pesadísimo, además de cansado. Llegas a la biblioteca, atas la bicicleta donde sea, no te fías de si estará cuando salgas otra vez, pero es lo que hay. Subes, buscas un hueco, saludas a la gente conocida y esperas que alguien te anime un poco el aburrido rato que te espera, encuentras un amigo, te quedas con él y el tiempo pasa una décima de segundo más rápido, sacas un libro dispuesto a irte a tu casa pudiendo fotocopiarlo mentalmente, mentira. Empiezas a estudiar, un ruido te distrae, intentas concentrarte, pero no te importa la España del siglo XIX, ni siquiera la del siglo XXI, te importas tu, tu familia y tus amigos, tienes mejores cosas que pensar que en la Guerra de la Independencia, pero hay que hacerlo. Un par de horas después alguien te propone salir, pierdes el culo.
Sales de la biblioteca, vas a comer algo, a dejarte las pocas monedas que tienes en esa fea cartera deshilachada, comes, bebes, te ríes un poco, que nunca viene mal, pero vuelves al infierno juvenil que son las obligaciones. Vuelves a pasar dos horas encerrado alternando reyes y dinastías, llega un momento que no aguantas más, desconectas totalmente y al tiempo te das cuenta de que estás haciendo nada, te vas.
Sales de la biblioteca, rebuscas en algún sitio para coger la llave del candado de tu bicicleta, que por suerte sigue ahí, te conectas otra vez a la música y te salva el camino a casa, siempre el mismo, sin nada diferente, sólo los coches, que incluso a veces son los mismos. Regresas a casa, cansado, bajas la bicicleta, la guardas, subes otra vez en ascensor, te cruzas con algún vecino simpático, que te hace quitarte los cascos, con la canción que venías escuchando, para decirte que hace Sol, ¿se piensa que soy gilipollas o ciego? Pierdes veinte segundos de música en una conversación que tardas tres segundos en olvidar.
Sales del ascensor, entras a casa, dejas las llaves en la entrada, todo un clásico, saludas a tu madre, dejas todo en la habitación e intentas tirarte en el sofá antes de que llueva una serie de preguntas acusadoras sobre estudios, obligaciones, matrículas o cosas menos importantes como poner la mesa, intentas descansar un breve pedazo de reloj antes de comer, llega la comida y con ella el resto de la familia, hablas sobre lo que has hecho, lo que hiciste y lo que harás, una noticia te llama la atención en la televisión, te cagas en la puta madre del director de cierto banco, por arruinar no a España, sino a las personas de a pie, quedándose nuestro dinero, se combinan varias conversaciones hasta que se acaba la comida.
Sales del salón...

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