miércoles, 19 de septiembre de 2012

...

Caminaba por el centro, sin ninguna prisa, igual que siempre, le gustaba pasear por allí, viendo a los jóvenes correr de lado a lado, a los hombres de negocios con cara seria, los coches pasar...
Le prestaba atención a una mujer con un carrito de bebé cuando chocó con un hombre, un vagabundo, una de esas personas con la ropa destartalada, de piel oscura, barba abundante, el típico. El hombre se puso de rodillas ante él, le suplicó dinero para comer, aseguraba que no tenía nada y que llevaba dos días sin comer además de tres meses durmiendo en la calle y se acercaba el frío y más solitario aún invierno de la ciudad.
Entonces al hombre se le ocurrió una idea, se llevó la mano al bolsillo y al sacarla pudo ver como al mendigo se le iluminaron los ojos, pero no todo era tan fácil.
Puso el billete de cien euros en la mano derecha del vagabundo y se la cerró, con el billete dentro, sacó un mechero y le dijo que la capacidad de conseguir el billete estaba determinada por su necesidad, si consideraba que había aguantado bastante la mano con el billete sin apartarla del fuego se lo llevaría de buena gana. Nuestro sin techo aceptó con una cara seria.
El buen hombre, sin mala intención encendió el mechero, un zippo reluciente, de acero cromado, digno de un caballero, el vagabundo acercó el dorso de la mano sin miedo a la llama, entre el billete y el fuego sólo estaba su piel.
 El tiempo se congeló al instante, apenas hoy puede creer lo que hizo, lo que fueron diez segundos parecieron varias horas, se dio cuenta increíblemente rápido de la atrocidad que estaba cometiendo, pero quería llegar al final, no podía detenerse, aún así se rindió antes, tuvo que apartar el mechero con lágrimas en los ojos, el vagabundo le miraba fijamente, sin gesto de dolor alguno en su cara. Sobraron las palabras, así que el hombre se limitó a dar la vuelta a la mano del mendigo. El centro del dorso tenía un color rojo intenso y supuraba sangre, rodeada por una circunferencia de piel negra quemada. 
Sometió a un hombre a una tortura por algo que necesitaba, había hecho algo espantoso, imperdonable, no sabía como hablarle al hombre que tenía frente a él. Hasta que encontró lo que quería decir y lo hizo.
 Nuestro caballero acompañó al mendigo al hospital, se encargó de que lo atendieran los mejores médicos, esperó horas con él en urgencias e incluso  le pagó un bocadillo y un refresco. A día de hoy, viven juntos, en la misma casa, bajo el mismo techo. El hombre mantiene al mendigo de buena gana, son grandes amigos y conviven de la mejor forma posible.

Pero¿ Y tú? ¿Cuánto pretendes aguantar una condena hasta conseguir lo que deseas, cuánto permitirás que te aplasten?¿Cuál es mi limite?




No hay comentarios:

Publicar un comentario